jueves, 30 de agosto de 2007

Entre tú y yo

Haré cócteles contigo hasta embriagarme en tu dulzura. Palpando centímetro a centímetro tu blandura, quien ose comerte no sentirá más amargura. Te desintegras en un abrir y cerrar de ojos, te disuelves a manos de quien te toca. Evita el suelo, extranjera, porque no sobrevivirás ni una hora. Tu color - que simboliza la esperanza, el que veo al abrir mi ventana y me hace sentir viva- renueva mis fuerzas día a día, y no siento más la necesidad de estar sola.
Si me preguntaran diría que te comportas casi como un huevo, aunque no tengan relación en esencia ni en presencia. Casi ovalada, casi deforme, casi un huevo; sí, pero encandilas. La fina y delicada piel que te recubre se asemeja a la Higuera de Juana de Ibarbourou: “Porque es áspera y fea…”; áspera sí, fea no.

Cierto es que tu historia goza de una gracia peculiar, ya que naces sabiendo que terminarás siendo parte esencial de mi increíblemente dulce ensalada de frutas. ¿No es eso mágico? Ahora entiendo aquellas complicadas clases de Biología, donde la profesora ponía su mejor voluntad para hacernos comprender el significado de mutualismo. Mutualismo es lo que pasa entre vos y yo, y que crea un “nosotros” aún más vigoroso. A ver si me explico, tu cuerpo frutal en descomposición pura vagando por algún suelo semi-barrido, no es de utilidad para nadie. Sin embargo la sensación de batalla ganada que produce exprimirte en la boca es –para quien te beba- la gloria, y para vos ¿qué mayor placer que el de saberte amada?
Entre los centenares de puntos a favor que implica el simple acto de comerte, yo elijo uno y lo describo: el de posarte en mis papilas gustativas para que juzguen a gusto. Y ¿qué podrán decir ellas sino alabanzas?
¡Ay de nosotras, extranjera, que nos queremos tanto!

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